La muerte de Julio Cervera

HISTORIAS DE LA RADIO (y 35)

Válvulas cada vez mayores y emisiones captadas a distancias  jamás soñadas. Vuelos, aventuras, sueños hechos realidad, emociones y cultura en las ondas. Y la radio, presente poco a poco en la vida de los humanos para hacerla más cómoda y segura, más participativa e inteligente también.

Noticia de la muerte de Julio Cervera, en «El Pueblo»

Pero a todas estas ¿dónde estaba aquel comandante valenciano, Julio Cervera Baviera, que fue pionero de la radiodifusión en los primeros años del siglo? Cuando nació en Valencia la primera emisora, Cervera tenía ya 70 años. Nunca sabremos si estaba en la calle de las Barcas escuchando aquella primera transmisión. No hay constancia siquiera de cuándo marchó a vivir a Madrid con una de sus hijas. Sabemos que su academia se había apagado, pero en los años veinte no hay pistas de su actividad. Su vida privada fue especialmente discreta. Se sabe, eso sí, que murió el 24 de junio de 1927, en Madrid. De una manera triste, además. Porque le dio un ataque en plena calle y falleció  a poco de llegar a un centro sanitario, la Clínica Tamayo, donde le llevaron los peatones que le auxiliaron. Según una breve nota que se publicó en la prensa de Madrid, vivía en la calle Góngora número 3, que era la casa de una de sus hijas. La información que facilitó «Las Provincias» unos días después se apoyaba en la breve noticia de los periódicos de Madrid y añadía un párrafo para decir que Cervera fue valenciano y tenia aquí muchos amigos que habían sentido su pérdida.

Algunos biógrafos señalan que murió abandonado y en la miseria en Madrid. No hay muchos datos que lo corroboren. Murió, eso sí es cierto, olvidado de lo que podríamos llamar la «memoria científica». O técnica. En un tiempo en que la generación de Cervera quedó superada por oleadas de nuevos especialistas, militares y civiles, reclamados por el crecimiento imparable de la aviación, la navegación y la radiotelefonía. En todo caso, la necrológica que publicó «El Pueblo» (10.07.1927) indica que Cervera  fue creador de la escuela por correspondencia y que «al frente de un centro de enseñanza semejante le ha sorprendido la muerte», una pista que podría señalar que a los 72 años, Cervera seguía teniendo alguna actividad. Con todo el mismo texto añadió, de forma dramática pero sin detalles: «La desgracia, desde poco tiempo, lo eligió como víctima, sobre su familia abatió sus negras alas el infortunio, atormentando los últimos años de su existencia».

El 19 de julio podemos encontrar en el diario republicano «El Luchador», de Alicante, una precioso crónica de Roberto Castrovido, que reivindica la figura de Cervera, y su biografía llena de logros, desde el punto de vista del olvido y la ingratitud humanas. «No hace veinte años y se ha olvidado», dice el periodista, tras reflexionar que «!Humo las glorias de la vida son!».

Esquela de Julio Cervera, un año después de su muerte

Al día siguiente, el 20 de julio de 1925, fue «La Correspondencia Militar» la que intentó hacer justicia a Julio Cervera a través de E.J.F. autor de una sección llamada «Notas de un carabinero». Si el titular le calificó como «militar ilustre», el texto fue un cabal repaso de toda la biografía de Cervera, muerto en Madrid, «donde se encontraba accidentalmente». Explorador, experto en electromecánica, pedagogo, literato, político… Las muchas facetas de Cervera fueron al fin ponderadas con justicia, con la aportación de algunos datos nuevos como el nombramiento, en 1888, como comisario regio para la Exposición de Barcelona. También hablaba de la espada que el Cuerpo de Ingenieros le regaló en 1886 y de las sociedades científicas que la hicieron socio de honor.

Tras dar una relación de sus principales libros, la información insertó una sensible despedida: «España, con el fallecimiento del comandante retirado de Ingenieros, don Julio Cervera Baviera, ha perdido a uno de sus hombres más esclarecidos, y el Cuerpo de Ingenieros militares a un jefe que supo poner muy alto el prestigio de su carrera». Cuando se cumplió un año del fallecimiento de investigador segorbino, «Las Provincias» publicó una esquela para anunciar que se iba a cumplir un año de su muerte  en Madrid y recordar las misas que se iban a rezar por su alma. Firmaban la esquela «Sus hijas, hijo político, hermana, sobrinos, prima y demás parientes». Es una pista sobre la familia y el indicio claro de que su esposa había muerto, dejándole sin duda desolado en la vejez. También es un indicio claro de que Cervera fue firme en sus convicciones y que hizo compatible hasta el final su condición de masón y católico.

Las búsquedas de prensa también nos indican que Cervera no fue olvidado en su pueblo, Segorbe, donde en 1927 seguía existiendo una calle en su honor, a pesar de los «disgustos» del pasado y de los rigores de la Dictadura de Primo de Rivera. Sí es cierto que el tiempo, como es tradición, cubre las vidas de silencio. Hasta que las modernas investigaciones del profesor Ángel Faus han rescatado su figura y puesto en su lugar la importancia de las patentes de Julio Cervera Baviera, el comandante Cervera.

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La radio, en el hotel Reina Victoria

Historias de la radio (34)

La interpretación de «L’entrá de la murta» por una pequeña orquesta fue lo primero que escucharon los valencianos por radio procedente de una emisora de la ciudad. Fue el 18 de abril de 1925, en el curso de un solemne acto en el que hablaron el alcalde, el gobernador, el presidente de la Diputación, el arzobispo y el capitán general. Después, la famosa tiple Cora Raga cantó «La florista valenciana» y se interpretó el Himno de la Exposición, con la intervención del orfeón El Micalet y el tenor Vercher como solista.

La primera programación de la radio en Valencia. Abril de 1925

Cientos de personas se reunieron ante el Hotel Reina Victoria, sede de la nueva emisora; gracias a unos altavoces instalados en la calle pudieron escuchar el contenido del acto, que se radiaba en directo. Aparte los invitados a hablar asistió a la ceremonia un nutrido grupo de autoridades: todos fueron invitados a un banquete servido en el propio hotel. El ingeniero director, López Aznar, y el administrador, Pérez Aguirre tomaron la palabra a los postres para ofrecerse a Valencia en el futuro, en nombre de la empresa propietaria, la Sociedad Anónima Radio Valencia, cuyo consejo de administración completaba Laureano Pujol. Así comenzó la historia de las emisiones de radio valenciana que estuvo precedida de una carrera muy competida entre dos candidatos desde que el 22 de enero se anunció que se había constituido en Barcelona una empresa con la finalidad de abrir en Valencia una emisora de radio que funcionaría en el Hotel Reina Victoria, en la calle de las Barcas.

 El capital fundacional fue de 500.000 pesetas. La emisora tendría 1 kilovatio de potencia, 500.000 vatios en antena, y podría  ser escuchada en más de cien kilómetros a la redonda. Los sistemas empleados eran los de DeForest, los de mayor calidad, y los micrófonos serían del sistema western y Gaumond. La empresa, además, aseguró que lanzaría una revista, con la programación semanal adelantada.

El objetivo era empezar a emitir para Fallas, el día de San José, pero no pudo cumplirse a causa de la complejidad de la instalación. Sin embargo, solo el anuncio desató en Valencia una gran expectación por la radio. Menudearon las tiendas que vendían aparatos dispuestos para la escucha y componentes para el montaje casero. Desde el 27 de febrero «La Correspondencia de Valencia», el periódico que dio más cancha a la nueva herramienta, comenzó a publicar la lista de las emisoras europeas y americanas que se podían captar en Valencia, con su longitud de onda y otros detalles técnicos.

Reseña de la inauguración

En puertas del mes de marzo, esa sección creció y llegó a ser de una página semanal con comentarios técnicos y noticias sobre la radio. El 6 de marzo, para mayor emoción, apareció un competidor en escena: una llamada Radio Valencia se presentó con la intención de empezar a emitir en el Palace Hotel de la calle de la Paz; el técnico Rafael Pacios estaba al frente del proyecto. Pocos días después los vendedores de aparatos de radio de toda Valencia fueron convocados en el Ateneo Mercantil para una reunión técnica. Por esos días, la lista de emisoras con programación incluyó a Radio Barcelona, que es la que actualmente es reconocida como decana de España en funcionamiento, con las siglas EAJ-1.

«La Correspondencia» se mostró cercano al nuevo proyecto en su sección, mientras los demás periódicos, no beligerantes, esperaban resultados. Los del Palace querían ser los primeros y dieron muchos detalles técnicos –de gran interés ahora– sobre la antena que instalaban, la entrada de antena protegida por cristal y la protección de los estudios para evitar ruidos y ecos. Las pruebas técnicas fueron seguidas por  el periódico con la emoción de un acontecimiento. En sus páginas hay detalles sobre potencia y calidad de la escucha en distintos puntos, como Rocafort, y con diversos modelos de receptores: los locutores cambiaban de habitación mientras hablaban, usaban un micrófono de este o aquel tipo, con el fin de comprobar las mejores condiciones de propagación y manejo de los controles.

Y fue el día 23 cuando esta segunda emisora se avino a cambiar su nombre, y el de la revista que también proyectaba, por el de Radio Levante, con el fin de distinguirse del proyecto del Hotel Reina Victoria, anunciado en primer lugar. Que fue el que estuvo en disposición de emitir antes, el ya citado 18 de abril de 1925. De Radio Levante, curiosamente, dejó de haber noticias desde ese momento: cabe pensar, incluso, que no llegó a emitir. La Radio Valencia nacida en el Hotel Reina Victoria no es la actual Radio Valencia, de Unión Radio, hoy Cadena SER, que usa la sigla EAJ-3. Esta última comenzó a emitir en el año 1931, y fue fundada por Enrique Valor, ya activo en el mundo de la radiofonía en el año 1924; usa esa denominación por traspaso de Radio Cádiz. Y desde el primer día está ubicada en la calle de don Juan de Austria.

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El primer anuncio, la primera programación

HISTORIAS DE LA RADIO (33)

Buckingham Palace instaló un aparato receptor de radio para el rey Jorge V y su familia. Pero era muy especial: no necesitaba antena, ni toma de tierra, ni marco receptor. Había, pues, mejoras técnica especiales para radioescuchas especiales.

En mayo de 1924, la Diputación provincial, a propuesta del señor Colvée, acordó consignar 25.000 pesetas para instalar una estación de radio en el teatro Principal, «con la salvedad de que solamente se utilizará para conferencias agrícolas, culturales y de interés para Valencia, excepto asuntos políticos». No debió progresar la decisión porque no hay datos de que esa emisora, que hubiera sido la primera, llegase a funcionar.

La primera radio que se anunció en «Las Provincias». Año 1924

En el mes de junio de 1924, la proeza técnica de Marconi, que enlazó Inglaterra con Australia usando unas lámparas especiales construidas por Phillips que se refrigeraban con agua, dio paso a que la Feria de Wembley se inaugurara con una emisión radiada a todos los países de la Commonwealth, desde Canadá a Australia pasando por la India, lo que en la práctica se convirtió en una emisión global si bien la señal no llegó simultáneamente a todos los puntos, sino que fue avanzando por escalas a lo largo del planeta. El primer radiorreceptor que se anunció en un periódico valenciano lo podemos encontrar en «Las Provincias» del 16 de julio de 1924. No había emisoras en Valencia pero las había ya en el mundo, de modo que podían captarse sus emisiones. En el dibujo de la publicidad, las tres válvulas que sobresalen de la caja que configura el cuerpo del aparato son características, como lo es el mando «buscador» y la instalación de la antena. Era un Barens, de tres lámparas, apto «para recibir los conciertos de Londres, Paris, Madrid, Alcoy y otros», dato que señala la existencia de una emisora en la ciudad alicantina, con potencia, quizá, para escucharse en Valencia. El aparato costaba 390 pesetas y el altavoz Brown 359, lo que constituía una inversión importante para el aficionado; se vendía en la Agencia Ford de Alcoy y en la tienda «El Neumàtic», de Cirilo Amoros, 23, chaflán a Félix Pizcueta.

Mientras tanto, en Madrid, la radio estaba en plena efervescencia e iba a dar  luz la primera emisora española: Radio Ibérica. El 1 de julio, un periódico de la capital, «La Libertad», inauguró como patrocinador las emisiones de radio, con la promesa de ofrecer dos por semana. Habló el director, Luis Oteyza, defensor de el «sinhilismo» como símbolo de la libertad y el actor Miguel Muñoz dio un recital de poesía que se inició con versos de «La vida es sueño». El periodista Luis de Zulueta, encargado de ponderar la importancia de la radio para la vida del futuro, afirmó que la radio y el cine se encontrarían algún día en un espacio de creación sonoro.

1924: reportaje sobre la fiebre radiofónica

La música en directo siguió a los parlamentos en la primera producción de Radio Ibérica, que tenía su sede en la calle de Alcalá y sus talleres y emisora en Paseo del Rey, 18. De inmediato, los diarios de la capital comenzaron a insertar secciones donde se daba la programación de la primera emisora española y de las emisoras europeas que mejor podían sintonizarse En agosto, esa costumbre ya estaba extendida a todos los diarios de la capital. Después de unos días de reclamarlo, un diario anunció que la administración había aceptado su petición: las licencias de escucha obtenidas serían válidas hasta finales de 1925. Por esos días, la Sociedad Española de Radiodifusión y la Asociación de Radiodifusión de España se configuraba como las primeras entidades que reunían a los radioescuchas con el fin de aunar sus intereses. Y obtuvieron muy pronto el reconocimiento que les capacitaba para expedir licencias de audiencia.

La primera vez que se publicó en «Las Provincias» la programación de Radio Iberia fue el 16 de agosto de 1924. Unos días después abrió una «Sección Radiotelefónica» que insertaba la programación diaria de las principales emisoras europeas.

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Radio para todos, radio para masas

HISTORIAS DE LA RADIO (32)

«Las Provincias», Año 1923

Hasta el año 1922 son escasas las referencias que se pueden encontrar de la radio hablada, de la transmisión de música y palabras por las ondas. Se estaba desarrollando, crecía en Estados Unidos e Inglaterra, pero fuera de las revistas especializadas no encontraba ecos en la prensa española. Es en 1923 cuando empieza a hacerse evidente que el invento se está difundiendo por el mundo y que su llegada está próxima.

En «Las Provincias» podemos encontrar signos en el artículo de Carlos Esplá (10.05.1923) donde se decía: «El cinematógrafo creó las caras fotogénicas, o sea que favorece la acción química de la luz sobre los aplausos. Del mismo modo, la telefonía sin hilos ha creado las voces radiogénicas, que ofrecen particularidades muy singulares para ser lanzadas a los cuatro vientos», escribió desde París un articulista que conocía bien Valencia en tanto que hablaba después de la voz del alcalde y la fotogenia del presidente de la Cámara de Comercio, los dos destacados seguidores de Alba.  Los retos políticos impuestos por la innovación tecnológica los resumía así: «Es preciso, en una palabra, poseer una voz radiogénica, como la que posee el señor Ibáñez Rizo, en tanto que don Ramón de Castro pone un rostro fotogénico pues de ese modo lo entenderá mejor el lector valenciano».

Una primera reflexión sobre la radio y su papel en la política la podemos encontrar en «La Correspondencia de Valencia» (12.06.1923) que subrayó en una crónica los «grandes servicios» que el invento estaba prestando a la política, permitiendo, para empezar «que fuesen oídos en todos los ámbitos del país los discursos pronunciados por el presidente, mister Harding».

El canciller alemán visita un estudio de radio por primera vez

Más llamativos son los datos complementarios que ofreció la información: hasta abril de 1923, en Inglaterra se habían dado 115.000 licencias de recepción y 470 de experimentación y emisión. Doscientas sesenta entidades emisoras estaban ya disponibles en Gran Bretaña mientras en París era muy popular escuchar las emisoras de radio en los cafés y dancings, «así como los conciertos de todo género, hasta el punto que han llegado a preocupar a los músicos». Algunos se estaban negando a tocar si su música se iba a retransmitir.

En todo caso, Francia tenía cinco emisoras ya, tres en París, y en Buenos Aires, que emitió la primera ópera en el año 1920, dos años antes de que se transmitiera «La Boheme» en Londres, había un foco potente de radio. En Holanda había tres emisoras, en Suiza dos y Bélgica y Checoslovaquia tenía una por el momento.

En octubre, en «Las Provincias», una crónica de Anselmo Alarcón –«La comunicación inalámbrica y sus prodigios» (17.10.1923) abordó por primera vez la novedad de la radio como transmisora de voz para el entretenimiento y la cultura: «Las voces primorosas de los más afamados cantantes han recorrido kilómetros y más kilómetros sin perder su sonoridad; sermones pronunciados por eminentes oradores sagrados se han oído a increíbles distancias; melodías delicadísimas…etc». Lee DeForest y sus avances habían hecho posible la gran innovación, que ahora estaba imponiéndose. «La telefonía sin hilos, una de las mayores conquistas de la ciencia, si no la mayor, está pues, en un estado de absoluto perfeccionamiento En España, varias compañías se disputan el privilegio de su explotación».

Con todo, la verdadera fiebre por escuchar emisiones de radio se dio en la Navidad de 1923 y los primeros compases de 1924. Es por esas fechas cuando empiezan a registrarse crónicas y artículos más o menos irónicos, que relatan no ya la afición sino la pasión que estaba embargando a quienes comenzaban a construir los primeros aparatos de galena de forma rudimentaria, utilizando para ello elementos caseros. Una crónica de Madrid publicada en «Las Provincias»(20.02.1924) que en la Ribera de Curtidores funcionaba una tienda que vendía componentes y describía no solo las consultas de los aficionados sino su búsqueda de galena para montar un aparato con alambres, papel de envolver chocolate y una aguja de coser. El 12 de abril, otra crónica hablaba de la «Fiebre de la radio» que en realidad había invadido a los países más avanzados y estaba establecida en las comunicaciones pero también la música y el entretenimiento.

Rusia tampoco se quedaba a la zaga. Los dirigentes comunistas habían comprendido que la radio podía tener un papel sustancial en la cohesión política de un régimen totalitario. En el entierro de Lenin, el 27 de enero de 1924, la grandiosa ceremonia se completó con la emisión radiofónica, para todo el enorme imperio, de la «Marcha fúnebre» de Chopín.

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Telegrafistas y naufragios

HISTORIAS DE LA RADIO (31)

El naufragio del «Mariano Benlliure», en 1916

En ocasiones especialmente terribles, la telegrafía sin hilos no pudo ayudar a los buques que llevaban a bordo sus equipos, pero se convirtió en el amargo testimonio de la desgracia que los hizo perderse en el mar. A primeros de enero de 1916, Valencia se vistió de luto cuando se confirmó la noticia de que el buque «Mariano Benlliure» se había perdido, con los 45 hombres que llevaba a bordo, en el cuso de un duro temporal en las inmediaciones de las islas Scilly. Impotentes, los servicios telegráficos recibieron las novedades telegráficas que el buque fue dando sobre su avería, sus dificultades, la mala mar y el choque irremediable con la costa. El armador todavía recibió un radiograma que es famoso en el mundo de la mar: «Continuamos en las mismas condiciones aguantando el temporal. Imposible salvarnos. Dentro de pocos minutos pereceremos 45 hombres. Adiós. Segarra». La entereza del capitán Segarra, veterano marino de Villajoyosa llenó de luto los poblados marítimos de Valencia, de donde eran vecinos casi todos los tripulantes.

Siete años después, en octubre de 1922, la historia se repitió con características muy similares: en este caso el naufragio fue el del buque «Guillem Sorolla», de la Transmediterránea, que hacía un flete parecido al de su antecesor: llevar cebollas o naranjas a Inglaterra y regresar con carga de carbón. El radiograma, en este caso, fue recogido por la estación de la Torre Eiffel que lo rebotó a la naviera, que a su vez dio la alerta general. Pero el «Guillem Sorolla», en medio de un temporal, solo pudo dar señales de auxilio en la larga noche del 28 de octubre; nadie pudo acudir en su ayudam en las inmediaciones de las islas Ouessant. Tras un largo silencio, la estación de radio de Cádiz confirmó el naufragio del buque y la muerte de todos sus tripulantes.

Con todo, la radio no siempre acompañaba naufragios, sino también salvamentos. Y se extendía por el mundo facilitando la vida. La Estación Enológica de Requena quería instalar radio para recibir los partes meteorológicos de la Torre Eiffel y poder luchar contra el granizo en el verano; el Papa estaba esperando que le pusieran una emisora-receptora en los jardines del Vaticano; el rey hablaba desde el palacio de la Magdalena con buques españoles y extranjeros y la conexión Madrid-Melilla funcionaba muy bien, según una noticia que se pudo leer en septiembre de 1921… después de que entre julio y agosto España hubiera perdido unos 9.000 soldados en el curso de unas trágicas jornadas de la guerra de Marruecos conocidas como el Desastre de Annual.

Una cabina de radio de los años veinte

Alegrías y tragedias. Naufragios y derrotas. Comunicación a fin de cuentas, que se necesitaba cada vez más rápida y fiable y que requería de servidores muy esforzados. Juan Bautista Robert, el gran especialista de asuntos del mar de «Las Provincias», no dudó en calificar a la telegrafía sin hilos como «la gran bienhechora de la navegación». Su artículo de 23 de enero de 1923 estuvo dedicado a los radiotelegrafistas y a su trabajo, heroico en no pocas ocasiones.

Es así como mencionó los servicios felices del equipo de radio en el choque del «Republique» y el «Florida», en el incendio del «Volturno», y la heroica conducta del radiotelegrafista Phillips a bordo del «Titanic». Robert habló de «mártires del deber» en el naufragio del «Carlos de Eizaguirre» al sur de África; del recordado Ángel Lozano perdido con el «Santa Isabel»; de Francisco Hércules, que lanzó la señal de socorro en el «Pio IX». Habló de muchos más, y de las muy pequeñas gratificaciones que recibían en caso de muerte. Y reclamó que se modificara la legislación para que todo barco de más de 500 toneladas llevara a bordo un equipo capaz de radiar mensajes como mínimo a 100 millas.

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Talleres Telmar, de fabricación nacional

HISTORIAS DE LA RADIO (30)

Los talleres electromecánicos Telmar, instalados en Madrid por la Compañía Nacional de Telegrafía sin Hilos, fueron la gran novedad de la radiocomunicación española en 1920. Una visita de técnicos militares en el mes de junio fue objeto de una larga crónica informativa, publicada en «Las Provincias» (16.06.1920) que insistió mucho en la idea de que España no estaba atrasada en materia de comunicaciones sin hilos, como muchos creían. «Nuestro país, que progresa positivamente aunque algunos pesimistas se empeñen en sostener lo contrario, va a la cabeza de las naciones más adelantadas en radiotelegrafía y radiotelefonía», afirmó el cronista. Para demostrarlo, recordó que en 1914, al inicio de la Guerra Europea, España no se quedó aislada del mundo pese al corte de los cables submarinos y la interrupción de las líneas de postes terrestres.

Ocho estaciones costeras servían comunicación, en el año 1920, a 233 barcos con equipo de radio. Y a la estación de Aranjuez se había unido la de Barcelona, encargada de comunicar con Italia, Hungría y Austria. Pero en los talleres de Telmar, además, ya se construían equipos de las marcas Hughes y Marconi. Además, se estaban fabricando válvulas termoiónicas, al tiempo que se usaba «como transmisor y receptor, bobinas de cuadro de pequeñísimas dimensiones».

Ya estaban en uso receptores de radio fabricados en España. «Se bobinan diez vueltas de flexible» y se le añadía «un amplificador de siete válvulas» que hacía innecesarias las grandes antenas. El reportaje fue el primero en describir esas mágicas válvulas termoiónicas, probadas ya en España en 1917 cuando se comunicó la estación de Aranjuez con la Casa de Correos, en Madrid. La miga del invento parecía sencilla: «Una ampolla de cristal en cuyo interior se halla colocado un filamento que cuando llega a la incandescencia, emite electrones de potencia enorme y los orienta en una sola dirección, venciendo así el mayor inconveniente con que en la práctica tropezaba la radiotelegrafía y la radiotelefonía». Esas válvulas, en 1918, nutrieron los equipos de radio de los acorazados «Alfonso XIII» y «España». También había radio en la aviación: un aeroplano en vuelo entre Madrid y Guadalajara conversó correctamente con un aparato militar de Cuatro Vientos. También se había hablado de viva voz entre Aranjuez y Londres en febrero de 1920. En Carabanchel, finalmente, se estaba instalando un equipo que permitiría hablar por teléfono, sin hilos, entre Madrid y Tetuán. La crónica todavía proporcionó otros interesantes datos: el ingeniero José Galvis, recibía datos meteorológicos del mundo entero con su «cuadro», nombre que por su forma recibían en ese momento los receptores. Pero «otro se encuentra instalado en el Colegio de Jesuitas de San José, de Valencia, dirigiéndole el padre José María Alfonso Tió, y se construyen varios para universidades e institutos».

Detroit: Música, anuncios y palabras

Y en esas estábamos, cuando en Michigan unos locos de las comunicaciones decidieron hacer emisiones de radio en las que las voces y la música se combinaran hasta hacer una emisión audible que llevara entretenimiento a hipotéticos oyentes. Fue el 20 de agosto de 1920: la estación WWJ es considerada como la pionera de la radiofonía mundial al emitir un boletín de noticias de Detroit y algunas piezas musicales. Todavía emite un siglo después, luciendo su etiqueta de centenaria.

Como es natural, la escucha del primer día fue muy selecta: los amigos y colaboradores que disponían de complicados aparatos receptores. De modo que hubo que probar y probar, extender el radio de acción, hacer incursiones a mayor distancia e innovar en los equipos con nuevas invenciones. Pocos días después, el diario «Detroit News» se hizo eco de la novedad al tiempo que creaba en sus estudios un boletín de noticias radiadas. A los pocos días, muy lejos, en Pittsburg, Pensilvania, comenzó a emitir la KDKA, que como novedad ofreció anuncios de pago. También hoy en día sigue funcionando. La tercera emisora en funcionar lo hizo en Buenos Aires, ese mismo verano. Pero en realidad ya fue una traca internacional, imparable, la que comenzó a ocupar las ondas. Con ideas e iniciativas, con sistemas de emisión mejorados cada día, que requirieron la vulgarización de unos equipos que el principio se montaban los radioaficionados pero que, al segundo año, comenzaron a venderse ya montados para su uso inmediato. En todo el mundo proliferó la formación de técnicos, que encontraron empleo tanto en los talleres de montaje de aparatos como en las tiendas especializadas.

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El primer París-Dakar

HISTORIAS DE LA RADIO (29)

El Fairman Goliath

En la madrugada del 11 de agosto de 1919, un avión gigantesco, el «Goliath», despegó desde un pequeño aeródromo a las afueras de París para hacer historia. Su objetivo era volar hasta el Senegal, concretamente a Dakar, transportando ocho pasajeros y una tonelada de carga. Comandando por M. Borroutrot, el gran aeroplano cruzó el cielo de España desde San Sebastián a Cádiz y aterrizó en Casablanca sin novedad, después de haber volado más de dos mil kilómetros. La prensa de medio mundo celebró al día siguiente que, a su paso por el cabo Mogador, enviase un mensaje de radio que fue recibido nítidamente en tierra. Pero unas horas después, se hizo un prolongado silencio en las antenas.

Los ocho tripulantes estuvieron algo más de una semana perdidos. Cuando un perno de una de las hélices amenazó con salirse, tuvieron que parar el motor. Y esa fue, finalmente, la causa de un aterrizaje forzoso en la playa en la zona de Coupa y San Luis, mucho más al sur de Rio de Oro. Los ocho tripulantes bebieron el agua de los radiadores, comieron marisco, sufrieron un pequeño calvario pero fueron salvados por las tribus nómadas. Fue el primer Paris-Dakar, si salvamos el último tramo, hecho en camello. Pese a que el aparato no llegó exactamente a su destino quedó demostrado que el avión, con el concurso de la radio, podía ser útil para vuelos comerciales, más allá de bombardear al enemigo.

El «Goliath», el Farman F-60, había sido diseñado en Francia durante la guerra como bombardero pesado, pero la paz llegó antes de que pudiera entrar en servicio. Así las cosas, se le hicieron ajustes y empezó a hacer pruebas, como avión de carga, con servicios exitosos a Inglaterra. El considerado  como mastodonte –mucho más pequeño que los aviones comerciales actuales– tenía 14’5 metros de largo e iba provisto de dos potentes motores de 260 caballos; sus dos robustas alas trabadas, de más de 26 metros de envergadura, le daban un aspecto imponente para la época. Podía elevarse hasta 6.000 metros, algo que nadie había logrado hasta la fecha.

Se llegaron a construir 60 aparatos de la serie y con ellos empezaron los servicios comerciales y de correos en Europa. Podía transportar hasta 14 viajeros.., que navegaron con la seguridad de los enlaces de radio. Mientras tanto, en Estados Unidos, los servicios de correo aéreo se inauguraron con éxito en 1919, para enlazar Washington y Nueva York con Filadelfia. Ese mismo año, seis aviones, que despegaron de forma escalonada, intentaron completar el itinerario Londres-Port Darwin para ganar el premio de 10.000 libras concedido por el gobierno australiano. Lo lograron Ross M. Smith y su mecánico tras 28 jornadas de viaje. En los medios especializados, ese año, se discutió largamente si para cruzar el Atlántico sin escalas era más práctico un dirigible o un avión; porque a fin de cuentas, el aeroplano tenía que despegar tan repleto de combustible que no podía llevar pasaje. Pero nadie discutía que la radio era el mejor auxiliar de vuelo de aquellos valientes, fueran aviones o dirigibles.

Los aliados, tras la Guerra Europea, tuvieron largamente intervenidos los cables y las estaciones de radiotransmisión alemana; el valor estratégico de la Telegrafía sin Hilos estaba más que demostrado. Y se aplicó, cuando llegó la paz, para controlar los pasos de los derrotados.

Pero la transmisión sin hilos fue ganando cuerpos, usos y aplicaciones. Los naranjeros valencianos, por ejemplo, ya no se conformaban con los lentos telegramas de siempre para conocer los precios de sus exportaciones en París o Liverpool: en «Las Provincias» hay pruebas de que en los primeros meses de 1919 se recibían las cotizaciones por la vía rápida de los marconigramas que entraban por Aranjuez. Una estación que enlazaba con Paterna, donde residía el batallón del Regimiento Otumba, las baterías del 6º Regimiento Ligero de Artillería y una bien dotada estación de radiotelegrafía.

La profesión de radiotelegrafista, en esos tiempos, era prestigiosa y bien pagada. Y estaba bien orgullosa de su servicio. Cuando en España se empezó a hablar de autonomías, cuando se empezó a estudiar la organización regional a raíz de las constantes demandas de Cataluña, el Centro de Telegrafía Español no lo dudó: «El Cuerpo de Telégrafos quiere ser un servicio del Estado», anunció en un histórico comunicado. («Las Provincias» 27.01.1919)

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Plantas contra la diabetes, el último grito

HISTORIAS DE LA RADIO (28)

De repente, la biografía de Julio Cervera aun dio un nuevo giro imprevisto en ese año 1916 de carestías y guerra en Europa. El 24 de septiembre de 1916, embutida en la información como entonces era costumbre, podemos encontrar en «Las Provincias» una gacetilla publicitaria que dice: «Nuestro ilustre paisano y amigo Julio Cervera Baviera, dedicado hace algunos años con persistente fe al cultivo y estudio de plantas medicinales, ha logrado aislar, después de minuciosos trabajos de laboratorio, un principio activo vegetal que, impidiendo la formación de glucosa en el organismo, cura radicalmente la diabetes sacarina, enfermedad que tan extendida se halla y tan graves trastornos produce».

Sin embargo, Cervera tenía un problema: «Las leyes españolas prohíben al señor Cervera el ejercicio de la medicina y de la farmacia, por carecer de los correspondientes títulos oficiales». De ahí que hubiera enviado una Memoria a los Estados Unidos y «la Universidad Oriental de Washington le ha concedido el honroso título de DOCTOR HONORARIO EN MEDICINA de aquella Universidad, solicitando al mismo tiempo grandes cantidades de nuevo producto medicinal».

Cervera entró en el mundo de la homeopatía

«Diario de Valencia», «La Correspondencia de Valencia», «El Pueblo» y el propio «Las Provincias», publicaron, en el mes de octubre, en este caso de 1917, un texto publicitario idéntico bajo el título de «Un descubrimiento importante». En esencia era lo que se había publicado ya, con idéntica referencia a la universidad de Estados Unidos. En este caso, no obstante, se mencionan las oficinas de la calle Alfredo Calderón y la consulta que Cervera hizo con «su íntimo amigo, el ilustre botánico de renombre europeo, doctor y farmacéutico, don Carlos Pau, que prepara actualmente el «Antidiabético Cervera Baviera», ensayado con éxito creciente y preciso por eminentes doctores médicos».

El producto estaba ya en las farmacias y era conocido en América. En Valencia, dos farmacias tenían depósito establecido y otras muchas de la ciudad y la provincia lo tenían disponible. Durante octubre de 1917, con regularidad, los diarios publicaron el anuncio del «Antidiabético Cervera-Baviera. Extendido con éxito por América y España», indicado para la curación de la diabetes sacarina. No es fácil saber si el producto ideado por Cervera tuvo éxito. Las páginas de todos los diarios de la época, desde mediados del siglo XIX iban llenas de reclamos de elixires, tónicos, jarabes y tónicos que curaban toda clase de enfermedades conocidas y «secretas», sin control de la administración ni especiales pruebas científicas. Y menudearon cuando a epidemia de gripe azotó Europa entera causando millones de víctimas.

La publicidad, sin embargo, ya no aparece en el año 1918; como tampoco hay reclamos de su academia por correspondencia. Lo que sí encontramos es noticia de que Julio Cervera presentó su dimisión del Partido Reformista, junto con José Igual y Mariano Cuber, a raíz de las divergencias que la formación sufrió en Valencia. La junta municipal del partido pidió explicaciones al concejal Mariano Cuber y aceptó la «dimisión del exdiputado a Cortes D. Julio Cervera», según una nota publicada el 8 de mayo de 1918. Se reclamaba a Melquíades Álvarez que sustituyera al jefe local, Gil y Morte. Pero como no hubo respuesta desde Madrid tomaron la decisión de dejar el partido e integrarse en la Unión Republicana. Desde ese punto tampoco aparecerán pistas de la actividad política que pudiera tener, con 64 años, Julio Cervera.

Buscaba un remedio contra la diabetes

Meses antes, en marzo, el Ejército se reorganizaba y procuraba adaptarse a las exigencias de la modernización. Una de ellas fue la creación de un batallón de Radiotelegrafía, otro de Alumbrado y dos de Aerostación, adscritos a un Centro Eléctrico del que dependían la radiotelegrafía y el automovilismo.

«La hora de la paz ha llegado. Ayer suspendiéronse las hostilidades en todos los frentes en virtud de haberse firmado el armisticio entre las potencias Aliadas y Alemania. !Loado sea Dios!». El 12 de noviembre de 1918, el solemne editorial de «Las Provincias» abría con la noticias más esperada, que había llegado por radio hasta la estación de Aranjuez. El periódico contó el pulso final de la guerra en una sección que llevaba este largo encabezamiento: «Conferencias radiotelegráficas. Servicio exclusivo para «Las Provincias», de 7 de la tarde a 6 de la madrugada. Información francesa. De la torre Eiffel a Aranjuez».

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Y ahora, automovilismo y aviación

HISTORIAS DE LA RADIO (27)

«Es errónea la creencia en el atraso pedagógico de España. No solamente el Estado sostiene escuelas profesionales que pueden competir con las perfectas de otros países: también la iniciativa particular ha establecido aquí instituciones para el estudio que no envidian a sus similares de las naciones más cultas». Así arrancó el reportaje publicitario que Julio Cervera insertó en «Las Provincias» de 31 de enero de 1916, que da prueba no solo de su capacidad de acción educativa sino de su agresividad comercial.

Porque las ahora llamadas «Escuelas internacionales por correspondencia» habían extendido el radio de su actividad pedagógica y ofrecían, aparte de las enseñanzas fundacionales, la posibilidad de ser ingeniero agrícola, electroterapeuta y arquitecto constructor, «hasta obtener el título correspondiente». Y todo eso, sin moverse de casa; bastaba estudiar, avisar de que uno ya estaba dispuesto a examinarse y pasar la correspondiente prueba.

Un anuncio de la Escuela de Baviera

Pero Cervera, atento a la evolución de los tiempos, había añadido a primeros de año dos enseñanzas de la más rabiosa actualidad, la aviación y el automovilismo. «Inútil ensalzar la importancia de estas enseñanzas especiales y del servicio que un buen aviador puede prestar a su patria en caso necesario», decía el publirreportaje. Aviación y automovilismo, pues, por correspondencia u por disco de gramófono; no solo para volar o viajar por carretera, sino para ser un buen mecánico o trabajar en las construcción de las nuevas máquinas. Y todo ello en una institución cuya importancia había sido reconocida por la Universidad Oriental de Washington (Estados Unidos) y admitida a formar parte de la gran Confederación de Instituciones para la coeducación internacional libre», que estaba integrada «por 40 universidades y 130 colegios establecidos en América en Europa y en la India inglesa».

Cervera, que sugería también la posibilidad de obtener otros varios títulos, desde doctor en Filosofía a Medicina y Farmacia, en la Universidad Oriental de Washington, informaba finalmente que había establecido una de sus sucursales en el número 1 de Alfredo Calderón, que es la actual calle de Correos, en el corazón del céntrico ensanche de la ciudad.

La capacidad de Julio Cervera para la innovación, y para la reorientación de su actividad y su vida, parece ampliamente demostrada a lo largo de su carrera vital. El antiguo comandante creaba cuanto podía y en cuanto tenía ocasión lo patentaba: su método de enseñanza por correspondencia estaba amparado por dos patentes, y también registró en su día el sistema de enseñanza a través de discos de gramófono que introdujo en su academia. Pero andando el tiempo, Cervera no solo ensayó sistemas para eliminar bacterias mediante corrientes eléctricas sino que aumentó su interés por las plantas y llegó a patentar un método propio para la conservación de frutas mediante la aplicación de gases.

Es preciso señalar aquí que la que hoy en día se conoce como Western Washington University se encuentra en el estado de Washington, en la costa oeste de los Estados Unidos, y nada tiene que ver con Washington DC. Está ubicada en la ciudad de Bellington y lo curioso es que su acreditación como Universidad, y el nombre que usa se le concedió en 1977. Fundada en 1893 como escuela Normal de maestras, el centro docente llegó a ser escuela de magisterio del estado de Washington, pero no adquirió el grado de universidad hasta la fecha indicada de 1977. Por otra parte, hay una Universidad Washington en Saint Louis, Missouri, y una docena de Universidades en Washington DC, entre ellas la George Washington. Ninguna de ellas, sin embargo, usa el apellido Oriental o su equivalente Western.

No es preciso subrayar que en 1916, el mundo estaba asistiendo con espanto a la crueldad de la Guerra Europea, en la que España fue neutral. El conflicto hizo transformar y avanzar a buena parte de las grandes innovaciones técnicas que el mundo había conocido hasta, como la aviación y el automovilismo. Hijos de esta guerra son también el carro de combate y el submarino usado como arma bélica. También tuvieron enorme desarrollo los globos cautivos y los dirigibles y, desde luego, la telegrafía sin hilos. Todos los países, especialmente los beligerantes, dieron gran impulso a las comunicaciones sin hilos y potenciaron a sus propios creadores, al tiempo que protegían la industria doméstica del sector radioeléctrico. Guillermo Marconi, como es obvio, se puso al frente de los intereses italianos en materia de comunicaciones, a los que sirvió durante la guerra.

España, durante el conflicto y aún después, sufrió una grave carestía de materias primas, a causa de los peligros de la navegación. Los problemas de abastecimientos y alimentos fueron tan graves, en algunos momentos, como si España hubiera sido un país beligerante.

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De la torre Eiffel a Aranjuez y Paterna

HISTORIAS DE LA RADIO (26)

Los franceses empezaron a trabajar de firme con la telegrafía sin hilos muy pronto, en 1904. Y se dieron cuenta enseguida de que en medio de París tenían la antena más alta que pudiera nadie soñar: la torre Eiffel. Levantada para la Exposición Universal de 1889, elevaba su estructura metálica hasta los 300 metros y era un punto ideal para toda clase de experiencias radiotransmisoras.

La estación de TSH de Aranjuez

En 1907 anunciaron con orgullo que las pruebas habían ido creciendo en intensidad y distancia y que ya estaban comunicando con Casablanca, situada a 2.400 kilómetros del Campo de Marte. Al año siguiente, cuando se cumplieron 50 años de la transmisión por cable de un mensaje de la reina Victoria al presidente de los Estados Unidos, los radio telegrafistas de París hicieron una exhibición conmemorativa y comunicaron con todos sus barcos y estaciones costeras, así como con las principales capitales europeas. Pernambuco, en Brasil, fue su siguiente conquista; después, en 1911, celebraron haber conectado con Glace Bay, en Canadá. El mundo ya no reconocía distancias para la información.

Aunque los ingenieros militares tenían desde 1911 las instalaciones de radiotelegrafía de Carabanchel, en enero de 1912 se pusieron en marcha, en Aranjuez, los potentes equipos de la red de telefonía sin hilos civil de España, nacidos al amparo de la convención de Berlín y de la ley reguladora española de 26 de octubre de 1907.

Los reyes acudieron a Aranjuez el 27 de enero y visitaron la estación, presidida por una potente antena y servida por dos edificios, uno para generación eléctrica y el otro para las instalaciones de emisión y recepción. Todos los equipos eran del sistema Marconi, y de la última generación de componentes; España se ponía en línea de comunicaciones, como todos aceptaban con satisfacción.

Don Alfonso inauguró la estación al poner en radiograma –«marconigrama» decían los periódicos del momento– a la reina Alejandra, a los reyes de Inglaterra que viajaban a bordo del «Messina», al rey de Italia y al propio Guillermo Marconi. Se saludó también el director general de la compañía Marconi, que respondió de inmediato y los radiotelegrafistas españoles comunicaron con sus colegas ingleses. El embajador español en el Canadá remitió también un saludo al rey.

Cuarenta y cinco céntimos por palabra y un mínimo de diez palabras. Esa era la tarifa de los telegramas por radio que España comenzó a usar para sus comunicaciones internacionales. Con la presencia del rey se puso en pie una red que tenía estaciones en Vigo, Cádiz, Barcelona, Soller, Tenerife, Las Palmas… y una más, todavía por ubicar en un ambiguo «Levante», que bien podría situarse en el Cabo de la Nao o en el de San Antonio.

En pocos meses, Aranjuez, y por extensión Madrid, comenzó a comunicarse a diario con Londres, París y otras ciudades europeas, desde las que empezaron a llegar servicios de carácter internacional, además de boletines de noticias. De los que se extendieron por la prensa y la administración española hay que señalar el servicio horario que todos los días emitía la torre Eiffel, acordada con el meridiano y con una precisión aceptada internacionalmente. En «Las Provincias» de 13 de abril de 1913 podemos encontrar una conferencia que dio el profesor Zumalacárregui en el Ateneo Científico, en la que explicó la utilidad de esa señal para ajustar con puntualidad la hora en todo tipo de barcos, así como en los servicios esenciales, como el ferrocarril. Los barcos, además, podían orientar con ellas los radiogoniómetros, que facilitaban la orientación y la posición. También emitía París-torre Eiffel un eficiente informe de su Gabinete Central Meteorológico, que se alimentaba, además, de los partes y predicciones que se recibían tanto desde los Estados Unidos como de los barcos que cruzaban el Atlántico y de una docena de países europeos.

La estación de TSH de Paterna, del año 1913

Así las cosas, por decisión del ministerio de la Guerra, llegó a los campamentos militares de Paterna una buena instalación radiorreceptora, sistema Telefunken AEG, que fue pionera en Valencia. Cuando el periodista Gil Sumbiela sugirió en «Las Provincias» (13.11.1913), que se usara la hora oficial que recibían los militares en Paterna para sustituir a la «carraca» de reloj del Micalet y para preciar el nuevo reloj ubicado en Capitanía-Santo Domingo, el capitán general se apresuró a facilitar esos datos  a las instituciones civiles que los necesitaran. A renglón seguido, ese mismo año, la Universidad ubicó una instalación radiorreceptora vinculada a su Observatorio Astronómico, que recibió también la señal de la hora oficial: con ella reguló todos los días el reloj de su claustro docente de la calle de la Nave, edificio donde estaba ubicado el telescopio y la estación de radio.

Desde noviembre de 1913, el «Servicio Especial Meteorológico de la Federación Agraria de Levante» que publicaban los periódicos valencianos a diario se nutrió de los partes meteorológicos que la torre Eiffel emitía desde París y que el Ejército recibía en los cuarteles de Paterna.

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