La humilde barrilla y su excelencia el Jabón

LOS GRANDES MISTERIOS DE LA VIDA PRIVADA. 7

Cuando los dos pistoleros se exploran con cautela, cuando uno y otro amartillan el Colt en espera del instante decisivo, una ráfaga de viento cálido empuja un ovillo de ramas secas que cruza la calle y asusta al espectador. La acción sigue y acaba en sangre, por regla general; por eso nunca nos hemos parado a pensar qué planta puede ser esa que cruza la pantalla, cómo se llama y para qué puede servir aparte de simbolizar la sequedad de las llanuras desérticas.

Pues he aquí que estamos en condiciones de afirmar que se trata de la «Salsola kali», o sea la barrilla común. Un vegetal, extendido por todo el mundo, que ha producido a la humanidad unos beneficios que ahora no sabemos valorar. Porque ella sola, en su modestia, ha sido capaz de mantener a miles de familias valencianas, durante cientos de años de historia, en tierras de secano y poca calidad. Y además, durante siglos, ha sido la planta que producía, al arder, la materia prima con la que se confeccionaba el jabón.

Desde hace miles de años el hombre ha conocido una virtud de las docenas de variedades de la llamada en España «barrilla borde», una planta fea y espinosa que se adaptó a los terrenos salinos y resecos de medio mundo. Y es que sus ramas secas, al quemarse, dejan una ceniza de gran alcalinidad, que resultó ideal tanto para el proceso de fabricación del vidrio como para la amalgama con grasa  –en España, aceite– de la que, tras un buen cocimiento en perolas, salía el bendito jabón. Una pasta que admitía mezclarse con perfumes y ungüentos y que era ideal para quitar suciedad y grasa del cuerpo y de las ropas.

En tierras valencianas, el botánico Cavanilles la describió como científico y alabó sus grandes beneficios. Destacó los buenos ingresos que dejaba en los pueblos. Una de las estampas de sus «Icones» está dedicada a este vegetal portentoso. El mejor alumno del ilustrado valenciano, Manuel Lagasca y Segura, es autor del mejor estudio de la planta que se ha hecho en tierras valencianas. Porque si bien se la podía encontrar con facilidad en todas las partes de secano, fue el sur de la provincia de Alicante la que se especializó en su cultivo, hasta el punto de ocupar a cientos de familias de un modo profesional.

Los alicantinos, en la Vega Baja sobre todo, aprendieron a cultivar y cosechar la barrilla con un rendimiento notable. Trabajaron la tierra, labrándola cuatro o cinco veces y echándole estiércol antes de sembrar en invierno. Después aprendieron a segar sus matas, altas como un hombre y a apilarlas en lugares especialmente preparados para quemar unas cincuenta garbas a la vez. Se calcula que hacía falta quemar dos toneladas de vegetales secos, durante dos días de hoguera continuada, para obtener unos cincuenta kilos de piedra sosa. Que alcanzaba muy buen precio porque era apta para producir jabón y vidrio, pero también para usos de blanqueo que iban desde el papel a la ropa, pasando por la preparación de esas estupendas aceitunas que llamamos «de sosa» y no sabemos por qué.

Cuando el fuego se apagaba, ahí estaba la salsolina (carbonato sódico, o álcali), un alcaloide potente, tóxico, que tenía efectos parecidos a los de la papaverina extraída con fines médicos del «cascall»; estamos hablando a fin de cuentas de opiáceos, recomendados para rebajar la presión arterial, calmar la tos y dormir la mar de bien… El estudioso Lagasca anota en sus cuadernos que en algunas partidas de la Vega Baja sembraban a la vez las adormideras y la barrilla, porque las plantas no se molestaban en su crecimiento.

La ceniza de la barrilla, con su gran carga de ácido oxálico, era el secreto de la pirámide del jabón. El sodio y el potasio hacían el milagro. Mezclada con hidróxido cálcico (cal) y sílice (arena), la barrilla daba la materia clave para la fabricación del vidrio. Los romanos ya lo sabían, los griegos también y los árabes le pasaron la receta a los cristianos. Para extraer jabón se procedía a lo que los químicos llaman desesterificación de los ácidos grasos. Barrilla más aceite igual a jabón.

Que el jabón es detergente, produce espuma, quita la suciedad y es beneficioso para la higiene corporal es algo que aprendieron los humanos muy pronto. Otra cosa es que lo usaran más o menos para su limpieza corporal. En la Edad Media tenemos como tópico establecido que se usó poco aunque no es del todo verdad. Lo usaron poco los pobres, pero no los que podían pagarse baños, costumbre musulmana que no desapareció en la ciudad medieval, sino todo lo contrario. La alianza entre pobreza y suciedad está en todas las atapas de la cultura y la civilización. Y no requiere mucha explicación: las malas condiciones de la casa, de los dormitorios y viviendas, de la vida en general, daban a los pobres condiciones más precarias que a los que podían pagar el disfrute del agua y el jabón con comodidad. Con todo, la higiene mejoró tarde, demasiado tarde para todos.

Acerca de fppuche

Periodista y escritor. Director de “Las Provincias” desde 1999 a 2002. Desde 2011, miembro de la comisión de Gobierno del Consell Valencià de Cultura.
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